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En ese sentido, su obra quiere ser provocadora, golpear la cara con una realidad sin maquillaje. Su acercamiento nos recuerda el inquietante trabajo de la artista cubana Consuelo Castañeda: Una historia en 80 páginas, o a las fotografía de morgue de Andrés Serrano. Una influencia evidente en la obra anterior de Martha es Bacon. También, creo, está presente en este caso. Pero, si en Bacon los cuerpos (que sabemos sin lugar a dudas) vivos se presentan deformados como proposiciones de una moderna y radical metáfora de la violencia, en Pacheco los cuerpos están indudablemente muertos por efecto de una violencia real, sensible, palpable, contundente. En ese sentido, habría que resistirse a la tentación de considerar la obra de Pacheco como un punto de llegada referible a circunstancias subjetivas: es un punto de partida que plantea la posibilidad de intuir (no de conocer) la experiencia absolutamente objetiva que es la muerte: esa conclusión universal que se actualiza a través de premisas particulares: la muerte propia. Ahora bien, da la impresión de que la propuesta de Martha Pacheco arriba a la certeza de la muerte a través de la incertidumbre de la locura. Locura y muerte son experiencias radicales en tanto circunstancias vitales íntimas e incomunicables. (Pero ¿es que finalmente algún tipo de experiencia es comunicable?) El hecho de la incomunicabilidad une las dos temáticas y este parecer ser el aporte de la artista: cuestionar la posibilidad de la comunicación como ejemplos esas dos situaciones límite. |
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La elección temática de la locura le sirve para afirmar la imposibilidad ontológica de compartir cualquier tipo de experiencia, aún la más simple. En los antípodas de la experiencia amorosa, que constituye en cierto modo el delirio de la vida, la máxima ilusión de la unidad con el mundo y con los otros, se encuentra su contrario, la locura. En ese sentido, la muerte afirma su condición absoluta: si la locura es una intuición de la imposibilidad de participar de la vida, la muerte constituye su única certeza. Al delirio, la alucinación, el sentimiento de irrealidad, la desestructuración esencial del lenguaje corresponde la relación imposible del fantasma y el medium. La locura se ubica en la otra escena; la muerte (suponemos, asumimos), se sitúa en otra dimensión que, por definición, nos es ajena. Si la muerte es una experiencia que no puede ser comunicada (conclusión preliminar: sólo la incomunicabilidad persiste a través las fronteras de la vida y la muerte), si de alguna forma los muertos no miran al vacío, al absoluto, sino que nos miran a nosotros, entonces sólo nos queda intuir lo que para ellos es evidente. Sólo los cadáveres conocen/ la verdad de la muerte. Entonces, nos la anticipan por entre las rendijas de la locura y nos la ofrecen finalmente de la única manera en que es posible hacerlo: a través del silencio definitivo del cuerpo.
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