Breve semblanza

La vida y la obra de Martha Pacheco pueden calificarse de excéntricas en el sentido originario de este término: fuera del centro. Su trayectoria es semejante a un rizoma que, para avanzar en su crecimiento helicoidal, tiene que girar alrededor de un centro que nunca toca, un centro virtual, un espacio negativo que, aunque aparezca como una estructura ausente, de hecho determina el giro peculiar de todos sus movimientos.

Originaria de Guadalajara (1957) Martha Pacheco egresó de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara en 1981. No obstante, podría decirse que su formación definitiva se produjo fuera y a contracorriente de los escenarios educativos formales. En 1982-1983 integra, junto con varios artistas (Javier Campos Cabello, Miguel Ángel López Medina, Salvador Rodríguez, Irma Naranjo, Fernando de la Mora) el Taller de Investigación Visual (TIV). Esta agrupación estuvo dedicada a la investigación y difusión de las artes plásticas y lo mismo se dedicó a estudiar críticamente las tendencias vanguardistas de la pintura, que a producir trabajos colectivos y a promover la difusión de sus hallazgos en diversos espacios de la ciudad. Producto de esas indagaciones fue, por ejemplo, la exposición “Pintores, escultores y una bicicleta descompuesta”, organizada por este colectivo en la Casa de la Cultura Jalisciense en 1982, un ejercicio inédito de colaboración artística en ese entonces.

Con todo, la aportación más significativa del TIV fue el cuestionamiento, incluso la ruptura, con los lineamientos de la Academia, tanto en lo que se refiere a trascender sus límites artísticos y técnicos, como, sobre todo, para insuflar aire fresco a los limitados horizontes estéticos que ésta ofrecía, en la búsqueda de una concepción del arte que reflejara las contradicciones de la vida de manera crítica, irónica y propositiva.

No es este el lugar para analizar el grado en que cada uno de los integrantes del TIV logró estos propósitos. Lo cierto es que este espacio se constituyó efectivamente en un poderoso centro crítico que influyó en la manera hacer y ver pintura en Guadalajara. Si esta afirmación parece temeraria, sólo bastaría recordar la influencia que tuvo (y en ciertos casos, continúa teniendo) el llamado “arte pánico” en la producción creativa de la ciudad, mérito que corresponde en gran medida a Javier Campos Cabello y a Martha Pacheco, sin duda los miembros más descollantes de este grupo. Otro ejemplo: no es exagerado afirmar que la asimilación que nuestros pintores han hecho de artistas como Bacon, los expresionistas alemanes o el arte gótico, no pasaron por los espacios institucionales de formación artística, sino por el TIV y por la mirada y las manos de artistas como Martha Pacheco.

         En ese sentido, puede sostenerse que, aunque no ha tenido una acción pedagógica directa, Martha Pacheco ha ejercido una influencia que se manifiesta de manera evidente en la multitud de seguidores, unos buenos y otros no tanto, que han tomado su obra como una especie de ejemplo, seducidos ya sea por sus fuertes temáticas o por su innegable maestría técnica.

Fundamentalmente, la obra de Pacheco se ha dirigido a dos temas principales: la locura y la muerte (y quizá más propiamente, a los locos y a los muertos). Aunque tratados crudamente, su ejercicio artístico no deja de tener visos seductores: pareciera que, una vez a traspasados los límites del sobresalto o el asco, al espectador o al epígono no les queda más remedio que rendirse a la naturalidad del acto de la locura o la muerte, y de reconocer en la artista lo que ahora parece un cliché, pero que en Martha se cumple puntualmente: la intención de dar voz a los seres anónimos, marginales, su afán por mostrarnos su presencia como lo que son: un hecho cotidiano que puede ser tratado sin morbo, con dignidad.

En ese sentido, su actitud está íntimamente ligada con un deseo de modernidad, expresada no sólo en el estudio y asimilación de diversos artistas, sino también en la forma en que aborda sus temas. Su gestualidad se somete al riesgo de ser genuina: no intenta “escandalizar al burgués”, su carácter siniestro es realista, objetual, concreto, indiscutible.

         Esta posición estética es, en última instancia, también una posición ética que Martha ha expresado de diferentes maneras a lo largo de su trayectoria como una postura comprometida y constante, por ejemplo, con los movimientos políticos internacionales en los ochenta (El Salvador, Nicaragua) o con su solidaridad en el caso del 22 de abril.

         Por estos y otros motivos, puede afirmarse que la obra de Martha Pacheco ha ejercido una influencia notable en el clima cultural de la ciudad en los ochentas y principios de los noventa, el cual no puede entenderse sin su figura, sus exposiciones, su colaboración en revistas y otros medios impresos y su participación en diversos actividades artísticas y solidarias.

Como ha sucedido antes, sin duda su temáticas y sus posiciones críticas la pueden convertir en una presencia incómoda, y esto pueden constituirse en un handicap en su contra: después de todo, la locura y la muerte no son temas agradables, precisamente porque siempre podemos rondar sus límites. Sin embargo, estoy seguro que nuestra sociedad ha tomado conciencia de la relatividad de estos temas, como lo ha demostrado el numeroso público que ciertamente tiene y que ha seguido su trayectoria atentamente en las últimas dos décadas y, por otra parte, es tiempo de reconocer junto con ella a la generación de artistas que de un modo u otro representa.

 

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